Más que mensaje, la novela quiere ser una invitación. Y estoy citando palabras de Vicente, el coautor: ‘una invitación a reflexionar sobre nuestros ideales y compromisos’. Es una historia de amor, también sobre las pequeñas miserias cotidianas de una toma en un pequeño colegio ‘al sur de la Alameda’, pero también es una historia sobre el crecimiento y la toma de conciencia ciudadana y política. ¿Hasta dónde llega nuestro deber como ciudadanos? ¿Hasta qué punto implicarse o quedarse fuera? Lola Larra
En un mercado editorial en el cual la llamada “literatura juvenil” está plagada por historias distópicas, sagas de fantasía y diversas variantes del romance adolescente, una historia cercana como “Al sur de la Alameda” se hace relevante y altamente contingente. Situada temporalmente en la llamada “revolución pingüina” del año 2006, la trama avanza fuerte y despliega una narración acerca de las (verdaderas) inquietudes juveniles, los prejuicios, la participación ciudadana, entre otros temas. Para ello, Lola Larra, su autora, no rehuye a ciertos tópicos que se han convertido en modelos a seguir de la actual literatura dirigida a jóvenes, cómo el amor entre opuestos, pero lo dota de una calidez y cercanía que se aleja del estereotipo imperante. Tal vez sea la misma cercanía geográfica la que permite reconocer en los jóvenes del texto a nuestros mismos amigos del colegio, y lo que finalmente hace que la historia se vuelva verosímil. Pero primero hablemos acerca de lo que nos cuenta la novela.
Nicolás es un joven como cualquier adolescente del gran Santiago. Va en tercero medio, es el arquero estrella del equipo de fútbol del colegio, y al parecer no tiene ningún interés por la política o los temas sociales. Pero él es el protagonista del relato, o en realidad, personifica las dualidades y complejidades que muchas veces los adultos no queremos ver (o comprender) en los adolescentes. Aquí me gustaría detenerme, para hacer ver que en esto radica la principal virtud de este relato. No hay héroes, no hay jóvenes actuando como adultos, sino todo lo contrario. Se nos muestran con dudas, contradictorios, inmaduros, llenos de miedo, pero también impetuosos y esperanzados, intentando hacer bien las cosas. El relato cotidiano y mínimo es transformado logrando tener un peso específico, convirtiendo a estos jóvenes en verdaderos actores sociales y no en meros espectadores de la realidad.
Estas contradicciones propias de la adolescencia, se reflejan en el actuar de Nicolás. Sus amigos lo cuestionan por entrar a una toma, de la cual no entienden mucho su fin. Pertenecen a un colegio privado, y no tienen las necesidades o problemas de los públicos. Quienes ingresan al movimiento lo hacen por convicciones o motivaciones que son más bien personales, pero con el correr del tiempo, la convivencia en este espacio cerrado (y autonormado) los vuelve en seres colectivos. Y la obra muestra con claridad este proceso. El protagonista entra a la toma más por un interés amoroso (va en busca de Paula, la chica recién llegada desde Francia), pero al cabo de unos días, vemos que guarda una historia familiar que lo marca. Y en ese sentido, la novela se muestra como un reflejo del Chile actual, aquel que va al mall, pero también a la marcha sin ningún tipo de distinción clara. Somos parte de un modelo económico y social, pero asimismo, hay una historia que nos identifica y nos moviliza internamente.
Así sabemos que los padres de Nicolás (a los cuáles él trata por sus nombres, mostrando la relación más horizontal que establece con ellos), participaron de los movimientos estudiantiles durante los años ochenta, época mucha más dura en cuánto a las consecuencias de dichas acciones (y que la novela trata de manera abierta). Es un dato no menor aquello, porque finalmente Nicolás no puede escapar a su propia historia, y este reconocimiento personal modifica al protagonista, hace ver con otros ojos al resto de los personajes, pero también muestra de manera más velada el comportamiento de los adultos frente al actuar de los jóvenes. Parece ser que (no importando del lado que nos encontremos), los adultos pretenden replicar sus historias y pareceres en los adolescentes. Familia, profesores, adultos en general, imponen una visión particular de lo que debe ser la vida y nuestras acciones. Es así como los padres de Nicolás, liberales y cercanos, siguen repitiendo el patrón adulto, al no reconocer los intereses (diferentes a los de ellos) de su hijo. El propio protagonista lo manifiesta abiertamente en su diario, en un reproche tan real en su honestidad:
“He parado más tiros al arco que ningún portero de la liga interescolar. He logrado detener siete penaltis en partidos del campeonato, y nadie de mi edad que yo conozca puede jactarse de lo mismo. Pero, ahora que estoy en la toma, es la primera vez que mi mamá dice que está orgullosa de mí.”
¿Cuánto nos interesan las vidas, gustos, motivaciones de nuestros jóvenes? El relato no elude este cuestionamiento (aunque sea de manera implícita), pero en la historia los adultos finalmente no cuentan, o no son los elementos centrales. De los padres sólo sabemos algo a través de las conversaciones telefónicas, o las referencias del diario de Nicolás. Los profesores y el director no están presentes, es más, la dirección del establecimiento se muestra sólo como un organismo institucional, frio, y fuera de las preocupaciones de los propios alumnos del colegio. Esto refuerza la idea de micromundo juvenil que el relato nos plantea, y que a ratos se vuelve inaprensible. Ejemplo de esto es la escena en donde el gordo Mellado, uno de los jóvenes más empoderados dentro de la toma, señala que vieron el documental “Actores secundarios” en la “sala” de cine. El guiño se vuelve en un espaldarazo para dicho documental, y permitiría entender de mejor forma las motivaciones de los adolescentes dentro de un movimiento social, pero se vuelve más potente la referencia cuando otro de los estudiantes nos dice que sólo hubo como 5 asistentes en la proyección. Supondríamos que los jóvenes participantes de una toma se sentirían más motivados o interesados por dicho film, pero los móviles son otros: informarse (y socializar) por internet, el hambre que comienza a incrementarse, pasarla bien en una fogata, e incluso el cuestionado fútbol se vuelve una manera de matar el tiempo. En consecuencia, el relato triunfa en graficar la realidad adolescente, mutable, inconstante, comprometida, e incluso hasta podríamos aventurar las consecuencias de esta historia en un personaje levemente trazado, pero que quién sabe (cómo continuando la historia familiar de Nicolás), sea participante de las movilizaciones del 2011. Javi, la hermana menor, contesta con efusividad la llamada de su hermano, y es quién se ha encargado de informar a sus padres que Nicolás está en la toma. Cómo la misma novela se encarga de mostrarnos, la historia es cíclica.
La toma en imágenes
Aun cuando la novela (y la actualidad de su relato) se sostiene por sí misma desde la escritura, es al transitar a formatos más híbridos dónde despliega todo su potencial. ¿Novela gráfica, novela ilustrada? Para el caso se vuelve irrelevante la categorización del texto, y es más importante comprender en qué forma la imagen y el texto se logran complementar a través de sus distintos lenguajes. Hay que hacer hincapié en la cuidada edición de la obra, preocupada de todos los detalles, lo que convierte al libro en un texto altamente atractivo, tanto por su relato, como por el plano estético. Pero esta dualidad en el lenguaje, no es sólo un capricho autoral o editorial, sino que refuerza lo dicho y luego se transforma en lo visto. El relato así se mueve en mundos complementarios y complejiza los niveles de interpretación (ya bastante se ha polemizado sobre la banalización y simplificación de los contenidos para jóvenes, pero aquí la novela sortea dicho escollo con mucha propiedad).
Por un lado, tenemos el relato escrito en primera persona hecho por Nicolás, a través del registro de la toma que realiza en su diario personal. Desde otro frente, tenemos un personaje femenino misterioso, quien desde la privacidad de su ventana explora las vicisitudes de estos jóvenes a través de sus prismáticos. Este segundo relato visual (bellamente ilustrado por Vicente Reinamontes), nos proporciona una mirada externa a los hechos, dota de rostro a los personajes, y complementa lo dicho con sutiles detalles. Esta misma narración visual entrega un ritmo más ágil a la historia general, permitiendo descansos al relato de Nicolás, y a su vez, conocer más a fondo el entorno donde transcurren los hechos. Desde ese punto de vista, no es sólo añadir imágenes para hacer más atractiva la propuesta a los jóvenes, sino que esta apuesta de la narración se sustenta por si misma, al proporcionar una perspectiva cuasi cinematográfica de los acontecimientos. En una sociedad actual altamente visual, y en dónde la alternancia entre textos e imágenes es cada vez más constante (hecho que impacta directamente en la manera de ver el mundo en los adolescentes), el relato no escapa nunca a su realidad, tanto en las formas de comprenderla, como en los temas que se vuelven contingentes.
En conclusión, tal cual cómo señaló recientemente Gemma Lluch en su blog “¡Bienvenidas estas propuestas! Ojalá creen nuevos modelos en los que aparezca esa realidad de cada día que nos gustaría mejorar.” Felicito al equipo autoral y a editorial Ekaré por esta apuesta, que quizás no sea el camino a seguir en la vapuleada y cuestionada literatura juvenil, pero que si se destaca por ser una obra hecha con cariño e interesada en mostrar lo que los jóvenes sienten, piensan, viven.
Larra, Lola (2014): Al sur de la alameda. Diario de una toma. Santiago, Chile: Ediciones Ekaré sur
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Me parece muy acertada la reseña. Tal como se ha visto en este último tiempo, «Al sur de la Alameda» no para de hacer noticia. Hace dos días obtuvo el premio Marta Brunet (género infantil y juvenil del CNCA) y los elogios no paran. Una novela gráfica o ilustrada que da para mucho. La considero un objeto artístico en todo su esplendor, dado que podría llamar la atención incluso de un no-lector. Ahora, cuando recuerdo los tiempos de las tomas, no puedo evitar poner todo en tonos celestes, rojos y negros, la combinación de colores perfecta para representar esa juventud rebelde que dejó huella en nuestro país.
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